Gracias papá, por enseñarme lo pobres que somos: una lección de humildad y gratitud

Gracias papá, por enseñarme lo pobres que somos: una lección de humildad y gratitud

Era un día soleado y cálido cuando mi padre me llevó a una granja. Él quería que yo viera la pobreza, quería que comprendiera la realidad de aquellos que no tenían lo mismo que nosotros. Me decía que debía sentir lástima por ellos, que debía reconocer la fortuna que teníamos. La granja era humilde, con una casa pequeña, un huerto destartalado y algunos animales escasos. Pero lo que más me llamó la atención no fue la pobreza material, sino la riqueza de su espíritu.

Los niños de la granja, aunque no tenían juguetes ni comodidades, estaban llenos de energía y alegría. Jugaban en el arroyo, un riachuelo sin límites que fluía sin cesar, y se reían a carcajadas bajo un cielo estrellado. Para ellos, las estrellas eran su única iluminación, pero su luz les bastaba para sentir paz y contentamiento. El horizonte se extendía a lo lejos, infinito e impredecible, un lienzo en blanco para sus sueños. Gracias papá, por enseñarme lo pobres que somos, le dije al final del día, con una sonrisa en los labios.

Mi padre se quedó perplejo. No entendía mi respuesta. Él había querido que yo sintiera pena por la familia de la granja, pero yo me sentía agradecido. No por lo que ellos no tenían, sino por lo que nosotros sí teníamos. Papá, ellos tienen cosas que nosotros no tenemos, le dije. Tienen un arroyo que no se seca, tienen estrellas que les iluminan y tienen un horizonte infinito. Nosotros no.

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Mi padre se quedó pensativo. Él se había centrado en la carencia material, pero yo había descubierto una riqueza intangible. La familia de la granja no se quejaba de lo que les faltaba, sino que se regocijaba con lo que tenía. Y, de alguna manera, esa satisfacción era contagiosa. Gracias papá, por enseñarme lo pobres que somos, repetí, con una nueva convicción.

Ese día comprendí que la pobreza no es solo una cuestión de recursos materiales. La pobreza real es la carencia de gratitud, la falta de apreciación por lo que se tiene, la sed insaciable de más.

La perspectiva de Dios, la que los santos buscan alcanzar, radica en apreciar lo que tenemos, en agradecer por la lluvia que cae, por el aire que respiramos, por la familia que nos acompaña. No debemos anhelar lo que no tenemos, sino disfrutar de lo que sí nos ha sido dado.

Gracias papá, por enseñarme lo pobres que somos. Esa frase, que en un principio era una muestra de gratitud por lo que la familia de la granja tenía, se transformó en una profunda reflexión sobre la verdadera pobreza. La pobreza del corazón, que se llena de deseos insaciables y no aprecia las bendiciones que ya posee.

Debemos dejar de lado la búsqueda constante de más y aprender a disfrutar de lo que tenemos. Debemos agradecer a Dios por su amor, por su gracia, por cada amanecer que nos regala. Solo entonces podemos comprender la verdadera riqueza que nos rodea, la riqueza del espíritu, la riqueza de la gratitud.

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